Dr. Francesc Feliu
Col. nº 46583080F

El número 1 del MIR 2024 manifestó en una entrevista a Diario Médico: “Dermatología y Endocrinología me interesan ya que me pueden ofrecer a largo plazo una buena calidad de vida”. Esta frase me hizo reflexionar. Mi generación, los que hicimos el MIR en los años 90, no pensábamos en la calidad de vida a la hora de elegir especialidad, sino más bien en aquella con la que nos sentíamos más identificados, en la que creíamos tener más habilidades, o bien en aquella que nos permitía estar más cerca de nuestra familia y/o del entorno geográfico y culturalmente más afín.

Tener que hacer guardias, seguir trabajando al día siguiente, llegar a casa y tener que estudiar para preparar la próxima sesión (y poder responder a las punzantes preguntas de algún adjunto —digamos— más “tiquismiquis”), no nos daba miedo. Simplemente no lo pensábamos, porque no lo sabíamos al entrar en el sistema MIR. ¿Éramos inocentes? ¿O más bien los actuales, los de las generaciones de ahora, son más espabilados?

¿Están los MIR actuales preparados para afrontar la Profesión? ¿La responsabilidad de tener que decidir, la incertidumbre de un diagnóstico, de un procedimiento… y la frustración que de ello puede derivarse? ¿El choque de salir del “regazo” de la Universidad y entrar de lleno en el mundo laboral sanitario, donde, además de ser personal laboral, eres un docente con la responsabilidad de aprender una especialidad, es diferente ahora que en los años de mi generación? ¿Podemos decir que los médicos jóvenes son más “sensibles”, que tienen más posibilidades de “romperse” ante los problemas?

Es indudable que el mundo, la sociedad en general y la Medicina en particular han cambiado significativamente en los últimos 30 años. Ya desde hace unos años, hay una serie de aspectos emergentes en el sistema de Salud completamente diferentes a épocas pasadas: el envejecimiento de la población, que conlleva mayor pluripatología y cronicidad, la gestión de la soledad, la discapacidad, afrontar el final de la vida (de forma digna y respetuosa con el principio de autonomía del paciente), la mayor complejidad diagnóstica y terapéutica, el feroz incremento de la tecnología y digitalización (ahora ya entrando en la era de la Inteligencia Artificial), el trabajo en equipo multidisciplinar y multiprofesional (donde los líderes de gestión pueden no ser personal médico, por tanto, con una visión diferente), la conciliación familiar, el incremento normativo sobre derechos (tanto profesionales como laborales), la brutal presión asistencial, etc.

Estos cambios conllevan indudablemente una manera diferente de ver las cosas, de actuar, de pensar incluso. Y generan un cambio en la lista de prioridades para todos, también para los nuevos residentes. No podemos darles la espalda, sino que debemos esforzarnos por adaptarnos y hacer que las cosas cambien: el sistema de Formación (tanto en el Grado de Medicina como en la Formación Especializada), con nuevas herramientas de aprendizaje y evaluación.

No obstante, a muchos de mi generación puede darles la sensación de que los residentes actuales priorizan más su propio bienestar, la familia y el tiempo de ocio personal que el trabajo. Quizás la clave de todo esto sea la percepción que tienen de nuestro trabajo, bien entendido como eso: como un trabajo más, con un horario definido y establecido. Nosotros (me refiero a la generación de médicos que represento), siempre hemos considerado el “trabajo” como algo más, como una profesión vocacional y humanista, que conlleva una dedicación casi exclusiva en muchos momentos de nuestra vida (la residencia es para nosotros un claro ejemplo). Una profesión que tiene como eje central al paciente, la relación humana con la persona enferma que nos pide ayuda, para garantizar su curación o su bienestar, preservando por encima de todo su dignidad y su voluntad. Nosotros no mirábamos el reloj, no escatimábamos horas… nos parecía que era lo que debíamos hacer si queríamos formarnos bien, si queríamos convertirnos realmente en buenos especialistas. ¿O me equivoco?

Los médicos jóvenes que entran en el programa de residencia están altamente cualificados académicamente. Son quienes han presentado las notas de selectividad más elevadas, que les han permitido acceder a las distintas Facultades de Medicina (números escandalosos: treces con algo sobre catorce en la mayoría de los casos). Y después deben superar toda una carrera de al menos seis años (siete si sumamos el año extra de preparación exclusiva del MIR – el “sistema” casi obliga a todos en este sentido si quieren optar a una buena nota en el examen MIR –). Unos estudios de Medicina, desde mi punto de vista, demasiado centrados en el mencionado examen MIR, que muchos ya califican de “mirificación” de la Medicina, y unos estudios basados en una espiral tecnológica creciente que tendrá continuidad en la fase de residencia. El documento elaborado por el prestigioso grupo de investigadores Hastings Center de Nueva York en 1996, con el título “Los fines de la Medicina”, ya afirmaba: “Una espiral imparable que nace en la Facultad. La formación de los médicos está orientada al uso de la tecnología. La industria farmacéutica y de equipamientos médicos se dedica a desarrollarla y producirla, y los sistemas asistenciales no piensan en otra cosa que en su utilización y financiación”.

A pesar de estos cambios, estos profundos cambios en la sociedad y en el sistema de Salud, debemos seguir instruyendo al residente novel que entra en el sistema para aprender una especialidad, en los valores de siempre: en la equidad, en la cultura del esfuerzo, en la ética y el profesionalismo. Estos no han cambiado. El médico residente sigue siendo la base del sistema sanitario, dado que sin una Formación Médica Especializada, no se puede garantizar la continuidad del sistema.

Somos responsables de transmitir el conocimiento, las actitudes y los valores humanos, el llamado profesionalismo, a las nuevas generaciones para que sigan ejerciendo una Medicina de calidad a la ciudadanía, a las personas enfermas que son, en definitiva, las personas más vulnerables.

La Formación de los MIR es quizás el reto más importante al que se enfrenta el sistema de Salud: hay que aprender, hay que enseñar y hay que evaluar el profesionalismo en las nuevas promociones de residentes.

En este sentido, a pesar de los pensamientos en voz alta mencionados, he de decir que estoy contento, ya que conozco a muchos médicos jóvenes que ponen al mismo nivel la capacitación académica, el esfuerzo en el trabajo, el aprendizaje de la digitalización tecnológica con esos valores humanos de la Profesión. Como ejemplo: no hace muchos años, en una guardia, a altas horas de la noche o madrugada, la residente de primer año me llamó preocupada por una paciente. Estaba desesperada ya que se sentía ciertamente “impotente” ante la situación clínica. Se trataba de una mujer nonagenaria, pluripatológica, diagnosticada de un proceso oncológico diseminado, sin posibilidad de tratamiento curativo y sin indicación de medidas agresivas, que presentaba rectorragias. Estaba débil pero era consciente. La residente me pedía, casi me exigía, que teníamos que hacer algo, algo más. Fuimos juntos a la habitación, nos sentamos al borde de la cama y vi cómo la residente le cogía la mano, con ternura. No os podéis imaginar la reacción, la mirada de la paciente… de consuelo, de alivio, de tranquilidad, de paz y de agradecimiento.

Eso es nuestra Profesión, la Medicina que ninguna máquina ni tecnología podrá arrebatarnos jamás y cuyo valor debemos mantener y transmitir a las nuevas generaciones de médicos residentes.