Autor: Xavier Allué, Doctor en Antropología y Pediatría

Pocos momentos como éste, de una epidemia horrible, para hablar de nosotros mismos. Si algún trabajo hacemos los médicos es tratar enfermos. Entender, diagnosticar, tratar y prevenir enfermedades de la gente que están a nuestro cargo o que nos lo piden. Cuando una enfermedad concreta extiende a amplios sectores de la población y que de individual se convierte colectiva, es cuando hablamos de epidemia. No lo acabamos de inventar: el libro V de los Tratados hipocráticos, escrito hace más de 2300 años ya habla.

La historia de la humanidad llena de episodios de epidemias que causaron grandes mortandades y que cambiaron el curso de los acontecimientos de países, de ciudades o de comunidades. Cada una fue un reto para las sociedades afectadas y muy a menudo demostraron la impotencia de los humanos para combatirlas. Que en catalán se llamen “pasos” tiene que ver con el carácter contagioso, pegadizo de las enfermedades epidémicas, que se pasan de unos a otros. Pero también que fueron acontecimientos pasajeros, temporalmente limitados que aparecen y desaparecen sin que se llegue a saber cómo empiezan y cómo acaban.

Esta vez sabemos, o creemos saber, cuando ha comenzado, pero aún estamos lejos de saber cómo o cuándo acabará. Por lo tanto queda trabajo. Mucho trabajo.
El trabajo lo hacemos los profesionales. Del proceso salud-enfermedad-asistencia-prevención, secuencia paradigmática de la realidad de la salud, los profesionales participamos en toda ella. Entendemos la salud y promovemos su conservación; conocemos las enfermedades y sus representaciones, las definimos, las identificamos y diagnosticamos. Proporcionamos la asistencia de la manera más eficaz posible, más desde que tenemos medios de reconocida eficacia, tanto médicos como quirúrgicos que, vale decir, tampoco hace tanto tiempo que los tenemos. Y orientamos, ordenamos y organizamos la prevención tanto de las afecciones individuales como las colectivas.

Es nuestro compromiso. Por eso nos hemos formado y organizado. Y como grupo organizado, colegio de colegas, respondemos ante la sociedad por un contrato implícito que incluye la vocación, la independencia, el altruismo, la autonomía, la responsabilidad, la observancia de un código de conducta, la búsqueda de la excelencia, la elaboración de estándares de buena práctica o promoción de la investigación … entre otros.

En épocas más recientes, “… con la aparición del Estado del bienestar y de las organizaciones sanitarias como financiadoras y proveedoras de los servicios de atención sanitaria, el contrato social implícito entre médicos y sociedad se convierte en un contrato suscrito por tres partes: los médicos, los ciudadanos y los servicios de salud” (Jovell y Navarro, 2006). Esto incluye nuevos compromisos como la rendición de cuentas, el control de calidad, la cooperación-trabajo en equipo, las decisiones tuteladas y razonadas y, también, compartida con concordancia terapéutica, la continuidad asistencial, la confidencialidad, la empatía, el respeto a la privacidad o el sentido de justicia individual y social.

Todo esto genera comportamientos uniformes y respuestas coordinadas ante retos como el actual de la Covid-19. Ha estado en medio de esta indudable tragedia que parece como si la sociedad, de golpe, tuviera conciencia de la importancia de la tarea de los médicos y otros profesionales del ámbito de la salud. Como si les cogiera de sorpresa. Cierto que algunos ingratos han intentado disimular la realidad. Políticos y autoridades han incorporado esperpénticas figuras como militares llenos de medallas para intentar explicar el día a día de la epidemia, con vocabulario bélico y despliegue de fuerzas por las calles al tiempo que ignoraban las dificultades y carencias de los servicios asistenciales. Mientras unos se discutían competencias de incompetentes, los profesionales se jugaban y, desgraciadamente también, perdían la vida en su ejercicio habitual.

El reconocimiento popular de unos aplausos vespertinos no ha compensado suficientemente las pérdidas de vidas, la fatiga, el agotamiento de jornadas interminables, la desesperación por las escaseces de recursos o las penurias salariales, ahora migrament compensadas con una propina. Una vez más “leones mandados por corderos”.
Este breve respiro que la evolución de la epidemia parece que nos permite, debe servir para denunciar las tremendas carencias que han generado los recortes en inversiones en salud, replantear sistemas y fórmulas organizativas, redistribución de materiales, ordenación de dependencias y estructuras y definición de lo que en justicia los profesionales se han hecho acreedores. Por lo menos para que todo va en beneficio de la gente.

 

Ref. Albert J. Jovell i María D. Navarro. “Profesión médica en la encrucijada: hacia un nuevo modelo de gobierno corporativo y de contrato social” Fundación Alternativas. Documento de trabajo 98/2006 ( ISBN: 84-96653-21-8)