El Col·legi de Metges de Tarragona lamenta profundament la seva mort. La Junta de Govern del COMT vol transmetre el seu condol als familiars i amics.

Felipe Mañes Macian nació el 12 de enero de 1959 en el municipio castellonense de Torás, aunque apenas vivió unos años en aquel pueblo, pues era muy pequeño cuando sus padres se mudaron a Barcelona. Fue el segundo de los dos hijos que tuvo el matrimonio, aunque su hermano falleció hace ya unos años. La Ciudad Condal que vio crecer a aquel niño inquieto entre el bullicio de la gran ciudad fue también la cuna de sus primeras vocaciones. Allí, en sus aulas universitarias, cursó la carrera de Medicina, aunque luego estudiaría también Odontología en Santo Domingo, rama de la salud a la que se dedicaría profesionalmente. De hecho, abrió una consulta privada en La Sénia, una localidad que se halla en el sur de Tarragona y muy cerca de la provincia en la que nació. Allí desplegó toda una vida profesional marcada por la dedicación, la empatía y la entrega. Su trato humano, su cercanía y su firme vocación hicieron que, con el paso de los años, su nombre se convirtiera en sinónimo de respeto y confianza para todos sus pacientes.

La vida de Felipe estuvo también hecha de afectos y de encuentros. Tuvo dos hijos de un primer matrimonio que no funcionó y que acabó en separación, aunque el destino quiso regalarle, años más tarde, una nueva oportunidad para el amor. En 1999, la llegada de María José, auxiliar de odontología, a su consulta no solo supuso el inicio de una colaboración profesional, sino también de una historia de vida compartida que perduraría hasta su último aliento. De esa unión nacería un nuevo hijo, renovando la alegría en su hogar.

Simpático, entrañable y siempre bien dispuesto, Felipe tenía un don especial para hacerse querer. Aunque era un tanto despistado y la memoria le jugaba a veces pequeñas pasadas con nombres y rostros, tenía un carácter afable y una bonhomía que le permitían ganarse de inmediato la estima de quienes lo rodeaban.

Muy profesional y entregado al ejercicio de su profesión y a la atención de sus pacientes, Felipe encontró en la caza una forma de sacudirse la presión del trabajo diario, aunque luego dejaría de salir a cazar para entregarse a su otra pasión, la vela. De hecho, tenía un velero con el que surcaba las aguas cercanas, aunque en alguna ocasión incluso participó en una travesía que le llevó hasta la isla de Ibiza.

El 9 de agosto de 2025, la muerte sorprendió a Felipe de manera repentina, demasiado pronto, cuando aún tenía mucho por dar. A los 66 años dejaba tras de sí no solo una familia que lo amó profundamente, sino también una comunidad entera que lo respetó por su profesionalidad y lo admiró por su calidad humana. Su recuerdo, tejido de bondad, vocación y pasión por la vida, quedará para siempre en la memoria de quienes tuvieron la fortuna de conocerlo.

Por Álex Saldaña