El Col·legi de Metges de Tarragona lamenta profundament la seva mort. La Junta de Govern del COMT vol transmetre el seu condol als familiars i amics.

Francisco Javier Sobrino Pérez nació el 21 de julio de 1949 en Calatayud, donde transcurrieron sus primeros años, arropado por el calor de sus padres y su hermana y por el ambiente familiar –allí vivían también sus abuelos– y acogedor del pueblo que siempre llevaría en el corazón. A los ocho años se trasladó con su familia a Zaragoza para estudiar con los jesuitas, etapa en la que empezó a forjarse una vocación que lo acompañaría para siempre: la medicina.

Convencido de su propósito, cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Zaragoza. Su primer contacto con el ejercicio profesional llegó en la comarca del Priorat, en Porrera, donde sustituyó temporalmente en dos ocasiones a la médica del pueblo. Aquel inicio rural que le abrió las puertas a una medicina cercana, humana, casi artesanal, marcaría profundamente su manera de entender la profesión. Después llegarían otros destinos como la Torre de l’Espanyol, Paüls, Sarral, Forès o Belltall, siempre con la misma entrega cercana y humana que lo caracterizaba.

Tras aprobar las oposiciones de médico de familia, obtuvo su primer gran destino: el CAP Jaume I de Tarragona, donde trabajó durante veintiún años y dejó una huella profunda entre compañeros y pacientes. Más tarde desarrolló su labor en Vilabella y Nulles, dos pueblos que recordaría con especial cariño y donde se sintió plenamente integrado.

Para Javier, la medicina no era solo un oficio: era su pasión. Disfrutaba conversando con los pacientes, conociéndolos, acompañándolos, implicándose en cada tratamiento. Siempre inquieto intelectualmente, se mantenía al día de las novedades médicas, asistía a cursos y devoraba revistas especializadas. Tranquilo, humano, inteligente y polifacético, combinaba rigor profesional con una gran sensibilidad personal.

Su vida giró siempre alrededor de tres grandes pasiones: la medicina, el arte y la familia. Y es que Javier no era solo médico; era también artista. Su temprana afición por la pintura lo llevó a ganar varios premios de joven; sus cuadros, inspirados a menudo en viajes familiares, eran una forma de expresión íntima. La música fue otra de sus constantes: podía pasar horas escuchándola. Su devoción por The Beatles era inmensa; atesoraba la colección completa de sus discos, especialmente en vinilo, su joya personal más preciada.

También le fascinaba la pesca. En Zaragoza disfrutaba de tardes junto al Ebro con amigos, devolviendo al río cada captura en un gesto de complicidad con la naturaleza. Ya instalado en Cataluña, esa afición se convirtió en un ritual compartido con su hijo: largas horas junto al mar, caña en mano, más pendientes de la compañía, las conversaciones y la calma que del resultado.

Cataluña se convirtió en su hogar. En uno de los pueblos donde ejerció conoció a quien sería su esposa, Núria Solé Canyelles, y juntos construyeron una vida sólida y serena. Su mayor orgullo y fuente de satisfacción fue su hijo, también llamado Javier. Lo quiso profundamente y vivió para verlo crecer, acompañarlo y celebrar sus logros.

Amante de los viajes, disfrutaba recorriendo España, descubriendo pueblos, ciudades, montañas y ríos, siempre en compañía de su familia. Le encantaba fijarse en los detalles sencillos, capturar paisajes, dejarse sorprender por lugares discretos y alejados del foco turístico.

Javier fue un hombre que encontraba la felicidad en las pequeñas cosas, que prefería pasar desapercibido, que vivió de manera plena y serena. Se jubiló a los 65 años contra su voluntad, pues intentó alargar tanto como pudo una vida profesional que le daba sentido. Su vocación era tan fuerte que, una vez retirado, añoró profundamente el ejercicio de la medicina.

El Dr. Sobrino nos dejó el 27 de septiembre de 2025. Su memoria perdura en su familia, en sus pacientes, en quienes compartieron con él vivencias profesionales y personales. También en sus cuadros, en su música, en los días junto al mar y en la huella silenciosa pero profunda de una vida vivida con bondad, dedicación y sensibilidad.

Por Álex Saldaña


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